El papel de la izquierda en los ciclos iluministas
Ismael Medina/IM.- Reproducimos una nueva entrega de los mejores artículos publicados por el malogrado Ismael Medina en AD. Sirva esta valiosísima pieza histórico-periodística como homenaje postrero a uno de los intelectuales más rectos y comprometidos de su tiempo. En ella se revelan además datos de incalculable valor para desgranar la verdadera historia de la democracia española extramuros de la versión oficial.
Reclaman una especial atención y que retorne sobre mi anterior crónica los dos esclarecedores artículos de Ernesto Ladrón de Guevara sobre el poder oculto y el sesgo de los acontecimientos en España. Los ligo con las últimas declaraciones de Isabel Alvarez de Toledo, duquesa de Medina Sidonia, publicadas en el suplemento “Crónica” de “El Mundo”, después de su muerte.
Solía recalar Isabel Álvarez de Toledo, duquesa de Medina Sidonia en la cafeteria del edificio “Arriba”, cuando ya era madrugada, para debatir conmigo. Recorrió un largo camino con el ropaje de “duquesa roja” que le habían fabricado para utilizarla y que ella asumió como bandera personal de insumisión frente a la sociedad de que provenía. Hace bastantes años que estaba de vuelta de aquel activismo del que se sirvió para resarcirse de muy hondas frustraciones de variada índole. Pero dejo a un lado la torturada biografía de la fallecida Isabel y entresaco de sus declaraciones: “Me di cuenta de que la izquierda estaba comiendo de la mano la derecha y el Rey se los iba a merendar en cinco minutos”.
Su pensamiento habría quedado más claro si en vez de “derecha” dijera “capitalismo”. Y precisamente por eso el monarca se ha entendido mejor con los dirigentes socialistas que con los de derecha. “Hoy – sostenía Isabel refiriéndose al monarca- es una de las primeras fortunas del mundo. ¿De dónde?”. También Felipe González ha amasado una fortuna nada desdeñable, apostillo. Y otros muchos en mayor o menor medida. Casa la cita de la duquesa con la evidencia de que los poderosos de las finanzas han ganado siempre más con la izquierda que con la derecha. Y que, como he repetido en alguna ocasión, con autorizadas palabras ajenas, el papel atribuido a la izquierda por el poder mundialista ha sido destruir la economía y reconstruirla el de la derecha.
No es casualidad, a mí entender, que la izquierda deba afrontar habitualmente un ciclo de vacas flacas, el cual agudizan su mala gestión de gobierno o inducidas explosiones revolucionarias. Hoy son meros arbitrios retóricos y etiquetas encubridoras términos como izquierda, derecha, centro, extrema izquierda y extrema derecha. O liberalismo, socialdemocracia y comunismo. La partitocracia de uno u otro signo cumple con obediencia o bajo forzamiento lo que conviene al nuevo orden mundial. Es el motivo de que, al hilo de la cita de la duquesa de Medina Sidonia sintetice a título informativo algunos ya lejanos análisis.
LA MATRIZ ILUMINISTA DE LIBERALISMO Y SOCIALISMO
La casa de cambios que la familia Rothschild tenía en Francfurt encomendó al ex jesuita judío Adam Weishaupt la recopilación y actualización de los protocolos talmúdicos elaborados por los sabios (sabio, escriba y rabino son tres denominaciones de un único sacerdocio mosaico) a partir de la Tora. Una vez concluida su tarea, Weishaupt, siempre bajo el patrocinio de la casa Rothschild, instituyó el 1º de mayo, noche luciferina de Walpurgis, la Orden de los Iluminados.
En realidad, y aunque la fiesta del 1º de mayo se justifique en el ajusticiamiento de los libertarios que encabezaron la célebre huelga de Chicago por la jornada de ocho horas, lo que realmente se celebra de manera encubierta es la creación de la Orden. Los nuevos protocolos de Weishaupt configurarían en adelante el soporte ideológico del iluminismo.
Al socaire de la Orden, cuyo círculo de poder más recóndito lo componían, y siguen componiendo, los patriarcas de las trece ancestrales familias de financieros judíos, o mercaderes en la antigua terminología, nacieron las dos grandes ramas operativas del sionismo moderno: el movimiento económico sionista, o liberalismo capitalista, y el movimiento político sionista, o capitalismo de Estado socialista.
Uno y otro, por supuesto, fieles al doctrinarismo determinista, además de tener en común otros objetivos, como por ejemplo: desarraigo de las religiones, en especial la católica, mediante diversos expedientes, entre ellos la propagación en el seno de las mismas de procesos sincretistas y gnósticos, o su erradicación revolucionaria; destrucción de las monarquías católicas; desmantelamiento de los Estados-nación mediante el doble mecanismo de la creación de entidades supranacionales y la excitación de los nacionalismos étnicos; y establecimiento, en fin, de un imperio mundial sometido a la ideología y al poder iluministas. No pueden desdeñarse, entre otras muchas constataciones acerca de la conspiración mundialista, datos expresivos como los siguientes: Marx pertenecía a la Orden y mientras escribió “El Capital” fue financiado por la casa Rothschild, según confirman los recibos que custodia la Biblioteca Nacional británica.
Es asimismo inexplicable el liberalismo capitalista sin la influencia del calvinismo; el socialismo, en sus diversas versiones, es igualmente inexplicable en su plena dimensión sin el conocimiento de los ideólogos del movimiento político sionista, trascendido a movimiento revolucionario mundial; las constituciones de Anderson que dieron soporte ideológico a la francmasonería contenían análogos supuestos; esa misma identidad se percibe en las directrices del primer Congreso Mundial Judío, celebrado en Basilea en 1897; las distintas ramas masónicas dependen jerárquicamente de la Orden a través del grado hermético Arco Real y de B´Naï B´Rith, organización masónica reservada exclusivamente a los judíos, pero cuyos miembros lo son a su vez de las logias gentiles de unas u otras obediencias; las muy influyentes organizaciones de poder creadas durante el último siglo (CFR, Pugwash, RIIA, Bilderberg, Trilateral, Davos, Club de Roma, etc.) están inscritas en el círculo exterior de la Orden, a cuyos dictados se pliegan; la sede actual del supremo poder perceptible de la Orden se ubica, como subraya Ladrón de Guevara, en el rascacielos de Nueva York coronado por un luminoso de grandes dimensiones con el número cabalista 666, signo apocalíptico de la Bestia, el cual sirve asimismo de base al código de barras, cuya generalización y tratamiento informático facilitará un control individualizado de la humanidad; no por casualidad, la sede del poder central de la Orden está situada frente a la catedral llamada de San Juan el Divino, templo habitual para ritos gnósticos, masónicos y satánicos; el mando supremo de la Orden lo ostentó tradicionalmente el jefe de la casa Rothschild (algunos sostienen que pasó a los Warburg), aunque el que hoy aparece como portavoz es el jefe del clan Rockeffeller.
HOY SE CUMPLE LO QUE ROCKEFELLER ANTICIPÓ EN 1996
Los anteriores y muy esquemáticos elementos de juicio aconsejan atribuir un importante valor indicativo a todo cuanto diga David Rockefeller. Es el motivo de que, aún hoy, otorgue un gran alcance a la conferencia que pronunció en el Club Económico de Nueva York a finales de 1996, poco divulgada y de la que se hizo eco el escritor Alfredo Bryce Echenique en un artículo que, bajo el título de “Reflexiones de un gran empresario”, publicó “ABC” meses después (13.4.1997): “Rockefeller expuso su tesis sobre los cambios que en materia económica, social y política deben afrontar los líderes actuales de la comunidad empresarial y financiera.
El poderoso financiero judeo-norteamericano partió de la doctrina sobre la economía de mercado de Shumpeter y de Hayec, sus maestros universitarios, para luego avanzar en el diseño de las responsabilidades que hoy corresponden a los empresarios, las cuales “van bastante más allá del simple manejo eficaz, honesto y rentable de un negocio”.
“Las ideas básicas del discurso de Rockefeller pueden sintetizarse así: la revolución democrática de los años ochenta atribuye a los individuos y a las instituciones privadas un papel superior que a los Estados; el Estado benefactor y sus programas de ayuda social han periclitado y son insostenibles; la reducción de las competencias del Estado está convirtiendo a las empresas en enormes e ineficaces burocracias; el proceso de cambio operado por el capitalismo se ha logrado con muy elevados costes humanos, los cuales entrañan el peligro de que las grande corporaciones y sus dirigentes sean contemplados de nuevo como explotadores y delincuentes; además de obtener ganancias, los líderes empresariales deben contemplar también las necesidades de los trabajadores y de la comunidad; el malestar y el desencanto de los ciudadanos podrían desembocar en la reasunción por los gobiernos del papel que cumplieron antes de la revolución democrática; para evitar los dos anteriores riesgos, las empresas deben incluir en sus rendimientos la dimensión social; la solución radica en que los líderes empresariales sean empresarios y filántropos a un mismo tiempo; para cumplirlo, el empresario estadista y benefactor debe derivar parte de sus beneficios a las fundaciones”.
Bryce Echenique apostillaba con escepticismo: “Sólo nos cabe esperar que las ideas de este miembro de la ya mítica familia Rockefeller sirvan para despejar el negro horizonte que nos vaticina el economista Lester C. Thurow en “El futuro del capitalismo”, su más reciente libro”. Las ideas de David Rockefeller no aportaban novedad alguna. Reprodujo los supuestos fundamentales del neoliberalismo de Friedman, abrazado por la gran mayoría de los economistas con parigual entusiasmo que lo hicieron con las teorías de Keynes que dieron cuerpo al Estado del bienestar.
Esas mismas ideas básicas se encuentran desde hace años en los informes y resoluciones de las organizaciones instrumentales del poder mundialista, impuestas con llamativa uniformidad por el imperialismo financiero a la inmensa mayoría de los gobiernos del mundo. Tampoco entrañan novedad las negativas consecuencias de la revolución democrática sugeridas por Rockefeller: la especulación, el desempleo, la restricción de derechos sociales, el traslado a las grandes empresas de los vicios de que se acusaba al Estado intervencionista. Las denuncias se reiteran desde hace años, aunque generalmente ahogadas o descalificadas por los servidores del nuevo orden mundial en cualesquiera ámbitos.
LIBERALISTAS O SOCIALISTAS, TANTO DA
Jean Daniel, director de “Le Nouvel Observateur” y de izquierda, asistió como invitado a la reunión del Foro de Davos en 1993. Su experiencia la trasladó a un sustancioso artículo que tituló con ironía “Circo de invierno en la cumbre”. Sostenía que “los dos mil dueños del mundo” están instalados en la teoría de los ciclos. Y añadía “Sí, hay un pensamiento único que, gracias a los Estados Unidos, domina todo el planeta (…)
A la hora de aplicar el modelo americano, los estadounidenses saben hacerlo mil veces mejor que los demás”. La mundialización, en efecto, puede traducirse por americanización. Pero el poder político norteamericano no fabrica el pensamiento único. Lo administra. La sala de los botones se ubica en el edificio Rockefeller, bajo el signo 666. De ahí la importancia que atribuyo a las consignas de David Rockefeller en la conferencia antes citada.
Luego de subrayar la presencia en Davos de los neo-socialistas Claude Ticket y Laurent Fabius (antes de entrar en el fragor político habían sido altos cargos en sociedades de los Rothschild), sentenciaba Jean Daniel como resumen de lo que había presenciado: “Si el marxismo se define, entre otras cosas, por una creencia en el determinismo económico, todos estos capitalistas son increíblemente marxistas. No es la primera vez, desde luego, que se observa una visión similar entre el economicismo de los liberales y el de los marxistas”.
Nada de insólito encierra que los marxistas se transformaran en socialdemócratas tras el hundimiento de la Unión Soviética. Se había cerrado la tenaza mundialista y se imponía el pensamiento único bajo tópicos etiquetados. Nuestro Rodríguez se declara rojo a efectos de la revanchista memoria histórica. Pero su penosa gestión de gobierno es inequívocamente liberalista, no sólo en lo económico.
Valga un ejemplo retrospectivo para precisar de qué va el juego. Mitterrand se apresuró a consolidar su imagen de socialista nada más llegar al poder por primera vez. Procedió a la estatización de bancos y grandes empresas que precisaban una urgente y costosísima reconversión para evitar su hundimiento. Ocho de los ministros socialistas poseían importantes participaciones patrimoniales en bancos y empresas estatizadas. Pudieron presumir que por encima de los intereses personales estaban los de Francia. Se silenció, sin embargo, que la estatización fue retribuida generosamente a los accionistas. Quienes situaron en los Estados Unidos los cuantiosos fondos recibidos en un momento en que allí eran elevados los tipos de interés.
El gobierno se dio de inmediato al saneamiento y modernización de las sociedades estatizadas con voluminosas aportaciones del Estado y las consiguientes reducciones de plantillas, medida ésta que no habría podido afrontar un gobierno conservador sin hacer frente a insoportables reacciones sociales. Mitterrand ocupó la presidencia de la República con las empresas estatizadas en franquía. El pensamiento único puso en marcha el camelo ideológico de las privatizaciones. Se reprivatizaron las estatizadas y privatizaron en oleada las anteriormente públicas. ¿Y quienes las compraron? Pues los antiguos propietarios mediante sólo los intereses percibidos por sus inversiones en Estados Unidos. Negocio redondo bajo el paraguas de los ciclos. Un mecanismo que se ha repetido en España con González, con Aznar y ahora con Rodríguez. Esta es la tarea que sigue cumpliendo la SEPI.
LAS TRES ESTRATEGIAS TOTALITARIAS DEL PODER MUNDIALISTA
Asistimos ahora al embravecido oleaje de un ciclo de penuria. Escasean alimentos básicos y se disparan sus precios. También los de materias primas esenciales. Los Estados acuden solícitos al salvamento de entidades de crédito y grandes empresas en crisis. No otra cosas son las medidas de choque anunciadas por Solbes.
El precio del petróleo y del oro se dispara como en 1973. Arrecia mientras tanto el terrorismo, en particular el islámico, las instituciones se degrada, la corrupción se generaliza y la inseguridad pública es agobiante. Un panorama que me incita a recuperar “Les vrais maîtres du monde”, de de Luis M. González-Mata (Ed. Grasset, 1979) González-Mata concretaba la acción del nuevo orden mundial en tres vectores principales: la estrategia de la tensión, la estrategia del hambre y la estrategia de la corrupción. No es el momento de desmenuzar los instrumentos que se utilizaron en cada una de ellas para apuntalar la marcha hacia el nuevo orden mundial. Pero sí unas mínimas anotaciones.
Las distintas ramas de la Orden no fueron ajenas a los golpes de Estado, conatos revolucionarios, cambios de régimen, magnicidios y conflictos bélicos anteriores a la publicación del libro. Tampoco lo han sido después. La estrategia de la tensión, de la que forman parte los terrorismos, comparece cuando se hurga bajo la piel de los acontecimientos.
La estrategia del hambre tenía su fundamento en un estudio de la Oficina de Investigaciones Geopolíticas de la CIA sobre los problemas alimenticios, demográficos y climáticos que podrían ser aprovechados por los Estados Unidos, en realidad por poder mundialista, para acrecer su poder global. Dicho estudio se inspiraba en los trabajos del doctor Bryson que preveía una prolongada y adversa fase climática con una duración de al menos cuatro décadas y que provocaría cambios políticos y económicos de gran alcance como consecuencia, sobre todo, de la disminución de las cosechas de cereales. Los grandes grupos mundiales deberían anticiparse mediante el monopolio de los fertilizantes, de las semillas y de los sistemas de comercialización para tener en sus manos a las naciones. La estrategia de la corrupción tuvo el respaldo de la autorización, o inhibición, del poder político respecto a la persecución del pago de comisiones por las multinacionales para la consecución de contratos en otros países.
La comisión Church del Senado norteamericano disponía de una relación de altas personalidades de una treintena de países que se habían beneficiado de considerables sumas por este tipo de negocios. Pero no llegaron a hacerse públicas. Un político corrupto se convierte en dócil instrumento de la Orden. Y como la corrupción llama a la corrupción, el pago de comisiones y mordidas se ha generalizado en el mundo y dentro de cada país.
Si además de ello se destruyen desde el poder cualesquiera valores morales, la sociedad se convierte en masa esclavizada. En gigantesco Puerto de Arrebatacapas. No es preciso que me detenga en proyectar todo lo escrito sobre lo que ha sucedido en España desde 1975 a hoy. Y en particular sobre la gestión de desgobierno de Rodríguez, dócil servidor sin escrúpulos del nuevo orden mundial. Tampoco respecto de la desconcertante ambivalencia liberalista-socialdemócrata del Partido Popular. Es un ejercicio nada complicado que dejo a los lectores.
Artículo extraido de alerta digital.